lunes, 2 de julio de 2012

Nexos Julio

01/07/2012
La reconstrucción del laberinto
Sabina Berman ( Ver todos sus artículos )
La verdad es una empresa humana. En cambio, la realidad está ahí afuera de la burbuja del idioma, existiendo en su dignidad inapelable. La verdad es el apalabramiento justo de la realidad. La última frase es de Aristóteles.
 
En 1950, luego de vivir en Europa, Octavio Paz publicó su célebre crítica sobre la “esencia de la identidad mexicana”, El laberinto de la soledad, entre cuyas páginas más citadas están aquellas que tratan de la relación del mexicano con la verdad. El idioma, inventado originalmente para que un grupo humano alcance una verdad que lo cohesione, el mexicano lo usa para no decir, escribe Paz. El mexicano apalabra para ocultar la verdad. Enmascara con palabras porque teme a lo real. Lo real indecible siendo que el mexicano participa en una sistema de convivencia de una crueldad primitiva: un sistema dividido entre poderosos y sometidos, chingones y agachados, que el mexicano prefiere velar con prosa civilizada.    

De ahí que el mexicano no establezca vínculos confiables con sus semejantes. De ahí su condena: cada mexicano habita un laberinto de soledad.
reconstrucción
En el año 2000 pareció que era pertinente guardar El laberinto… de Paz en los estantes altos del librero. Iniciábamos como sociedad una escapada de la ley del más fuerte y de la mentira, un viaje hacia la democracia y el aprendizaje colectivo de los usos de la verdad.     

No es casual que a partir de entonces los tirajes de la prensa, ahora desasida del control gubernamental, aumentaron geométricamente. No es casual que la radio dejó de ser un medio musical para convertirse en un medio parlanchín, de noticiarios y mesas de debate. No es causal que la televisión multiplicó sus programas de bla bla bla. En tanto la nueva tecnología inauguró espacios virtuales donde todo podía expresarse sin control ni censura.

Por fin la palabra adquirió en México valor y su uso auguró una nueva etapa donde la verdad regiría la convivencia. La investigación periodística delataría los abusos del poder. El poder se ajustaría al rigor de la verdad confesable. La verdad nos vincularía como otrora la mentira nos separó. Y por medio de la conversación pública llegaríamos a mejores verdades nacionales. Verdades más amplias donde nuestra diversidad cupiera entera.

Por el año 2006 un joven novelista, Jorge Volpi, anunció el fin de la relevancia de El laberinto de la soledad. En un artículo publicado en la revista Proceso, ironizó sobre la idea de Paz de que existía “una esencia mexicana”. No la había, afirmó Volpi. No había algo fijo en el ser mexicano. Estábamos cambiando, estábamos en evolución, ser mexicano volvía a ser, como nunca en un siglo, una aventura, un estado de flujo.

Pero el entusiasmo por la verdad se toparía con sus límites. Una vez que los ciudadanos y una parte significativa de la prensa se acostumbraron a decir, a escribir, a leer y a discutir la verdad, notaron que el país carecía del entramado judicial para que la verdad tuviese consecuencias. No teníamos un sistema de justicia confiable, que castigara los actos antisociales. Lo peor, no teníamos una clase política dispuesta a construir ese entramado que acotaría sus propios privilegios.

Los escándalos de corrupción sin consecuencias se acumularon y se acumuló la frustración ciudadana. ¿De qué sirve la verdad si la verdad no se transforma en justicia, y así mejora la vida del grupo?

Cuando el presente no inventa nuevas formas para viajar al futuro, el pasado y sus formas regresan para llenar el vacío. Y así, suavemente, la cultura de la mentira volvió a marcar su estilo en nuestra vida pública. El lenguaje del poder volvió a separarse del de los ciudadanos y a inventar un país paralelo hecho de palabras, de aire. Los discursos del presidente panista volvieron a sonar ajenos a lo que los ojos nos informaban. Los chingones volvieron a quedarse hablando entre sí en su estratosfera. Los medios masivos de comunicación volvieron a sujetarse al poder, por cierto que no por una tierna nostalgia de su control, sino en pactos comerciales. Te doy tanto, tanto dices en mi beneficio.

Cuando escribo esto, en junio de 2012, a tres semanas de que terminen las campañas de los candidatos a la presidencia, el candidato que más tiempo-aire compró en los medios masivos de comunicación se perfila como el ganador.

Es una derrota social. Una derrota de nuestra fe en la verdad. De ganar, en efecto, el candidato que mejor aprovechó las medias verdades de la propaganda, habrá que arrimar al librero la escalerilla y bajar El laberinto de la soledad de las repisas altas. Volverá a ser vigente porque la mentira volverá a ser la forma predilecta de no comunicarnos entre nosotros. La mentira volverá a ser el disfraz que el poder emplee en su trato diario con los gobernados.

O no. 2012 no es 1950. Ahora, como entonces no, el presidente priista se topará con una mitad de la población educada ya en las virtudes de la verdad. Lo intuyen los jóvenes universitarios: la defensa de la verdad en el idioma será la trinchera de resistencia este sexenio ante un presidente, que si es fiel a su propio origen, querrá enmascarar lo real.

Ya transita en Twitter el código estudiantil contra la mentira. Abuchear cada afirmación interesadamente falsa. Interrumpir el relato eufemístico con silbidos. Apagar la televisión y la radio cuando encubran en lugar de revelar. Registrar con el iPhone y el iPad los hechos y esparcirlos por las redes sociales.

Figuradamente, reventar la reconstrucción de los muros del laberinto de la soledad.

Nexos

   El affair
01/06/2012
El affair
Sabina Berman ( Ver todos sus artículos )
La oficina del último piso de un rascacielos, de una elegancia minimalista. Un escritorio grande de cristal, una sala de dos sofás y un sillón. Hay varios teléfonos. Tres en el escritorio y tres en una mesita baja, entre los sofás. Hay un largo cojín de seda hindú en un sofá. Visible, la entrada a un vestidor. Antonio tiene 58 años, una melena de cabello blanco, un vigor y una apostura que llenan el espacio. Miky tiene 42 años, usa lentes, es a-tlética, va en un traje de pantalón y saco. Siendo ésta una comedia romántica, cabe aclarar que no es el estereotipo femenino de ese género dramático: no es una belleza, pero le tiene sin cuidado, y se comporta como si fuera dueña del mundo.

ESCENA 6, del primer acto.

ANTONIO: Fui al hospital. Me hice mi chequeo anual, como exigen “ellos”: el Consejo. Bueno, tengo una enfermedad. Grave. “Ellos” lo supieron al mismo tiempo que yo, los resultados del chequeo anual se los envían. Y ahora, debo...

MIKY: ¿Grave?

ANTONIO: Ahora debo elegir a mi sucesor en la Dirección.

MIKY: ¿Qué tan grave?

ANTONIO: Así es el procedimiento: primero debo elegir dos candidatos. Evidentemente te considero a ti. Y a Beteta. Y a continuación debo avisarles que inicia el periodo de...

MIKY: Competencia.

ANTONIO: No es exacto. Dame otra palabra.

MIKY: Tiro al blanco.

ANTONIO: De diferenciación —diferenciación— entre ambos. De auscultación. Exhaustiva. Por eso, naturalmente, pidieron los expedientes de ambos.

MIKY: Al Cisen o a la Interpol.

ANTONIO: A un buen periodista. Estamos en un periódico.

MIKY: ¿A quién?

ANTONIO: ¡No te pierdas en detalles, Miky!

MIKY: Perdón.

ANTONIO: El periodo de observación de los dos candidatos debería durar, idealmente, medio año, pero siendo que no estoy bien y que probablemente estaré peor. No puede durar tanto. Y no hace falta: los he visto trabajar de cerca durante varios años, a los dos, así que tomaré la decisión pronto y la pasaré para su aprobación al Consejo.

MIKY: ¿Qué tan pronto?

ANTONIO: Antes de que acabe el año. En dos o cuatro días.

MIKY: Eso es pronto.

ANTONIO: La intención es que el nuevo director pueda empezar a ejercer su liderazgo en enero, y yo pueda estar a su lado un par de meses. Ojalá. Para asesorarlo. Ahora, volviendo al procedimiento: el líder más fuerte ocupará la Dirección y el otro recogerá las cosas de su escritorio y tendrá que irse.
MIKY: Irse.

ANTONIO: Ése es el procedimiento que acordé con el Consejo, y es un buen procedimiento. Es justo despejarle el espacio al nuevo director. Dejarlo en libertad de elegir sus dos subdirectores, el de Información y el de Investigación.

MIKY: ¿De qué estás enfermo?

ANTONIO: No. No. No, Miky. ¡No!

MIKY: ¿Qué no?

ANTONIO: Mi única duda sobre tu capacidad para dirigir es ésa.

MIKY: ¿Cuál?

ANTONIO: Te excluyes. Te pones a un lado.

MIKY: ¿Cómo me pongo a un lado?

ANTONIO: No sé cómo. Ojalá supiera para entrar con un desarmador a tu relojería mental y desmontarte ese mecanismo que.

MIKY: ¿Qué mecanismo?

ANTONIO: El mecanismo del… llamémoslo así: el mecanismo del sacrificio.

MIKY: ¿El mecanismo del sacrificio?

ANTONIO: Te sacrificas. Te hablo de la Dirección que muy probablemente podrías ocupar tú y tú me preguntas sobre mi enfermedad. ¿Qué quieres saber de mi enfermedad? Es una puta enfermedad mortal. ¿Satisfecha?

Un silencio penoso para ambos.

MIKY: ¿Hay una cura?

ANTONIO: Depende.

MIKY: ¿De qué?

ANTONIO: Mañana el médico me enviará los resultados de mis análisis y su pronóstico. En todo caso, para tratar de curarme, o para agonizar, debo dejar la Dirección. ¿Qué opinas de Beteta?

Silencio. Miky tiene dificultad en hablar.

ANTONIO: Miky.

MIKY: Beteta es...

ANTONIO: Sí: es.

Otro silencio. Antonio mira su reloj de pulsera.

ANTONIO: Tengo... no más de 10 minutos para que me hables de Beteta y luego de tus propios méritos.

MIKY: Entonces... acudiré a la brevedad. Técnicamente, es un enano.

ANTONIO: Es bajo de estatura. Aunque no un enano.

MIKY: Según los catálogos médicos, todo adulto entre el metro y el metro y medio califica como enano.

ANTONIO: Yo creo que mide más de un metro sesenta.

MIKY: Lo sobreestimas.

ANTONIO: Está bien. Es un cuasienano.

MIKY: Pero con las mangas del traje siempre demasiado grande y el nudo de la corbata que se le ve enorme, se ve como un enano absoluto.

ANTONIO: Háblame de algo sustancial, Miky.

MIKY: Esa es la sustancia de su vida. Vive dedicado a que nadie se atreva siquiera a pensar que es lo que es: un enano.

ANTONIO: El síndrome Napoléon.

MIKY: Que destruyó Europa y luego su propia patria, Francia.

ANTONIO: Miky, por favor.

MIKY: Está bien. Lo respeto. La información se mueve rápido y seguro bajo su férula de dictador.

Todo mundo tiembla cuando la puerta se abre en la oficina general y lo sienten entrar, y hay sollozos cuando por fin confirman que ahí está, en efecto, oculto tras un escritorio, y levanta la mano así. ¡Hola! Que es casi así. ¡Heil! Lo respeto.

No lo estimo, no me gusta el ambiente de miedo de su departamento: no me gusta que espolee a su gente para que ganen a cualquier precio la noticia y no me gusta que despida cada año al 20% de sus reporteros. Pero lo respeto, al puto enano terrorista.

(Un latido.)

¿Su expediente menciona los micrófonos que plantó?

ANTONIO: Confesó en su momento. Se disculpó.

MIKY: ¿Se disculpó? El espionaje es un delito que se castiga con cárcel. Tres kilos de evidencia perfectamente incontestable se presentaron al Consejo... para fundirlo.

ANTONIO: ¿Y quién reunió y presentó esos “tres kilos de evidencia para fundirlo”?

MIKY: Yo.

ANTONIO: ¿Y quién cerró el asunto para que ni un gramo de esa evidencia saliera de este edificio?

MIKY: Tú.

ANTONIO: El escándalo hubiera desprestigiado a toda la institución.

MIKY: No si nosotros le hubiéramos cortado la cabeza.

ANTONIO: No creo en cortar una cabeza por un solo error, en especial si el error ocurrió por exceso de celo. Pero para tu tranquilidad: sí consta en su expediente.

MIKY: Bueno, confío que plantar micrófonos es más vistoso que ser muy sociable fuera de horas de trabajo.

Antonio no responde. Ve su reloj.

ANTONIO: Háblame ahora de ti. ¿Qué pasa?

MIKY: Nada.

Ella lagrimea.
Él se pone en pie y va a pararse ante el ventanal.
Ella lo mira, desde atrás, con una nostalgia anticipada.


ANTONIO: Qué extraño paisaje. Está granizando, contra el cielo naranja... Granos de hielo blanco contra un cielo color de fuego. Paisaje: no es la palabra justa. Paisaje supone una extensión de país, de terreno. Dame otra palabra que implique una extensión de cielo.

MIKY: … No hay esa palabra. En español no. En inglés es: skyscape.

ANTONIO: … Sky escape.

MIKY: Soy una jefa inspiradora.

ANTONIO: Para de llorar antes de hablar.

MIKY: Cuando lloro pienso mejor, es parte de mis talentos. Como parte de los tuyos que puedas estar muriéndote de dolor y sigas en esto de la sucesión.

ANTONIO: No. Es curioso: es una enfermedad mortal que no duele, sino por momentos. Entonces tomas una pastilla y se esfuma toda molestia. “Eres una jefa inspiradora”, decías...

MIKY: En los cinco años que he ocupado la Subdirección nuestras investigaciones han ganado cada año premios, por su riesgo al adentrarse a temas inéditos. Sé liderar abriendo la creatividad del grupo y creando sinergias horizontales.

ANTONIO: ¿Quieres saber lo que Beteta dice de ti?

Miky: Sólo si tú me lo ordenas.

ANTONIO: La rotación de 3% anual en tu planta de periodistas delata que eres la Madre Teresa de Calcuta.. y ahí deberías estar, en un convento en Calcuta. Silencio. Estoy hablando yo. Tiene otro porcentaje interesante sobre ti. De las ideas que se han implementado los últimos cinco años en el periódico, sólo 5% son tuyas. No hablas en las juntas editoriales, dice Beteta. Y cuando hablas no completas las ideas.

MIKY: Hijo de puta. Él es el que me quita la palabra. Él es el que se me adelanta.

ANTONIO: Y tú lo dejas pasar.

MIKY: Cierto, sólo el 5% de las ideas que se han implementado son mías, pero he apoyado el 90% de las ideas ajenas que han resultado exitosas, porque sé escuchar, y sé colaborar, como el enano no. Por ejemplo: en lugar de competir contra nuestra edición digital, como él lo hizo cuando se abrió, he enriquecido sus ventajas, con versiones más amplias de los textos, material de video y actualizaciones cada 10 minutos. El resultado: ahora tenemos más lectores en internet que en papel.

ANTONIO: Los dos son subdirectores… pero tú le cediste a él la primogenitura.

MIKY: Si así lo ves, perdón.

ANTONIO: ¿Perdón de qué?

MIKY: De que te parezca que le cedí la primogenitura.

ANTONIO: Deja de pedir perdón. ¿Sabes cuántas veces cada hora pides perdón? Unas 15 veces. Sólo digo que así eres percibida: la subdirectora que coopera, mientras él es el subdirector que manda.
(Tras un latido.)
Necesito tus propuestas para el futuro del periódico el lunes en mi correo.

MIKY: De acuerdo.

ANTONIO: Te pido completa discreción.

MIKY: Sí.

ANTONIO: Otra indicación. Más bien, un consejo. Si tomas alguna idea de algún subalterno para tus propuestas no tienes por qué atribuirle crédito.

MIKY: ...

ANTONIO: Para algo es tu subalterno. Tu “yo” alterno: tu otro yo, debajo de tu mando. Y trabaja en ¿cómo decirlo? No sé si puedas logarlo en un tiempo tan corto, pero en estos días que siguen, en los que estaremos, necesariamente, en contacto, ojalá pudieras prescindir de tu disposición a nivelar el campo de juego, a quedar parejos, a conciliar. Olvídate de tu don para la horizontalidad: debes querer la verticalidad. Y querer ocupar la cima de la verticalidad.

MIKY: Sí.

ANTONIO: ¿Sabes por qué la oficina del director está en el piso más alto?

MIKY: Para estar más cerca de Dios.

ANTONIO: Porque es el dios de la estructura. Y es su obligación serlo. Sólo hay algo peor que un director que toma una decisión equivocada: una organización que no tiene un director que tome una última decisión.
(Un latido.)
El poder es vertical, en el mundo como es, mi pequeña filósofa. En otros mundos posibles podría no serlo; pero en este mundo, lo es. Donde el poder es parejo hay fricción e inestabilidad, donde es vertical, no hay fricción.
(Un latido.)
Bueno, ahí está la encrucijada que necesitabas: o la Dirección o te embarazas y tienes un hijo.

MIKY: ...

ANTONIO: Y Miky...

Mientras Antonio marca en su celular se sienta en el borde del escritorio. Cruza los tobillos y con el celular en la oreja dice:

ANTONIO: Si no luchas por esta oficina como si fuera por tu vida....

MIKY: ...

ANTONIO: No tienes los tamaños para ocuparla.
(Al teléfono, y rompiendo la pose:)
Ricardo: pasa por mí frente a la puerta principal. Llama al piloto y dile que vamos rumbo al aeropuerto.
(Cuelga. Mientras guarda su libreta en su portafolios:)
Toma testosterona, Miky.

MIKY: ¿Qué?

ANTONIO: Es un consejo. La venden en las farmacias. En presentación de gel.

MIKY: Testosterona.

ANTONIO: Te necesito con más pelotas: más agresividad: más testosterona: menos mecanismos horizontales y más verticalidad. Mira, acá tengo testosterona.
(Le da un sobrecito de aluminio.)
Se unta en el abdomen y toda la cintura. Pero después de untarla hay que lavarse bien las manos.

MIKY: ¿Por qué?

ANTONIO: Te crecen en los dedos vellos negros y largos. Ahora vuelvo. Voy a cambiarme la camisa. Espérame y bajamos juntos a la calle.

MIKY: Sí.

Antonio entra al vestidor. Miky mira con curiosidad el sobrecito de testosterona. Luego mira hacia el vestidor, donde en un espejo alcanza a ver reflejado a Antonio: se está quitando la camisa. Su torso es ancho.

Le gusta a ella. Su torso ancho.

Luego Miky rasga el sobrecito. Se alza la camisa para untarse el gel en el abdomen y toda la cintura.

Antonio sale del vestidor abotonándose una camisa sport de cashemere. La ve desde la espalda con la camisa subida. No dice nada, guarda la mano en la bolsa de su pantalón y la mira.

Le gusta. Le gusta su espalda.